El que nos ens van dir, de Companyia Re-Fuse (Sala Ultramar)  | por Óscar Brox

Empecemos por el principio. Un escenario reducido a la mínima expresión dramática. Una silla plegable y un puñado de cuerdas suspendidas del techo. El frío interior proyectado, casi también cobijado, en el espacio en negro de la Sala Ultramar. Aparece Clara Cañabate, actriz y autora del texto, y comienza a anudar la soga en cada una de las cuerdas. Lo que viene a continuación podría formularse a través de la siguiente pregunta: ¿Qué es ser una mujer? Cañabate lo afronta desde una posición difícil, la del monólogo íntimo, interior, apoyada por una música, obra de Tomomi Kubo, capaz de dibujar paisajes, fragmentos, entre la negritud del escenario. La cuestión es que está sola, parapetada tras el personaje de ficción que protagoniza la pieza, Noa, con esa ansiedad por buscar unas palabras, sus palabras, que den cuenta de su historia. 

A través de su monólogo somos testigos de las diferentes formas de violencia ejercidas sobre la mujer, los prejuicios, tabúes y condicionantes morales que suponen un freno para expresar toda esa vida interior cautiva de la mirada escrutadora del mundo exterior. Cañabate trae a colación recuerdos, voces del pasado, rasgos infantiles, dudas, inquietudes y alguna certeza para explorar con voz firme el proceso de maduración. Sus numerosas trabas y el porqué de todo eso. Las inseguridades y la incapacidad de la gente a nuestro alrededor para proporcionar algo más allá de una mirada crítica, reprobatoria y, en fin, de condena. Tanto da si se trata de un juicio sobre lo adecuado o no del vello en el cuerpo femenino como una parodia acerca de la obsesión por la delgadez de los cuerpos; la tiranía de las tallas o ese horror proyectado por la incomprensión familiar. 

Es este un monólogo largo, en tanto que su artífice no busca cambios de ritmo, golpes de efecto ni tampoco una escalada emocional al uso. En un momento determinado nos enteramos de la muerte de la hermana, Aura, y de la ruptura de ese retrato familiar que no se sostiene por su falta de libertad. Entendemos, entonces, que el monólogo pueda ajustar cuentas con todo ese microcosmos que alberga nuestros primeros pasos en el mundo, pero es justo señalar que el que no ens van dir camina unos cuantos pasos más allá. Diría que en dirección a exponer todo ese ruido de fondo que impide a una mujer, en este caso la protagonista, poder expresarse como es en realidad. Creo que todo el monólogo gira en torno a eso, además de llevar a cabo un inventario de las variadas formas de violencia que todavía hoy están presentes. Y es justo decir que Cañabate persigue ese propósito hasta sus últimas consecuencias, proponiendo un ritmo lento para la pieza, jugando con sus registros dramáticos -las transiciones de niña a mujer, de hermana a actriz, de personaje a autora que nos enseña cómo funciona su ficción- para tratar de dar con esa palabra, ese gesto, esa imagen que lo contenga todo. Sabe jugar con los elementos mínimos del escenario, convirtiendo la cuerda en soga, en cortina, columpio o barra de baile. Y sabe cómo mostrar esa energía social, llamémosla rabia, sin tener que añadir una carga dramática de más a lo que ha escrito. 

Se trata, pues, de un teatro mínimo (en algunos momentos me hizo pensar en esa forma de explorar la intimidad, la sexualidad o la imagen contemporánea de la mujer de piezas como Freak, de Anna Jordan), bien resuelto porque confía casi todo su poder a ganar nuestra confianza con la habilidad de su monólogo para encadenar historias, situaciones, fragmentos, imágenes o pensamientos, y un trabajo de iluminación que ayuda a la composición de espacios privados, zonas de la memoria, emociones e instantes en la historia de Noa. O, dicho de otra manera, a borrar del patio de butacas al resto de espectadores para concentrar toda la tensión dramática en uno mismo, invitándonos a un ejercicio de autoevaluación a propósito de estos temas. Esto me hace pensar que hay obras que tal vez ganarían más representadas en espacios no convencionales. Quizá aún más reducidos; incluso con todo el mundo de pie. Fomentando esa inmersión total en lo que dice, quién y cómo lo dice. La principal virtud de esta pieza montada por la compañía Re-Fuse (integrada por Cañabate, Mar Garrofé y Arnau Moldes) es, precisamente, su verdad; convencernos de que, siendo ficción, teatro no deja de ser verdad, no puede ser otra cosa que verdad; y que, sin necesidad de pagar ningún peaje tan habitual del teatro contemporáneo, es capaz de poner en escena todas esas cosas que explotan por dentro. Una vida interior, unas emociones, la complejidad de lo que supone ser mujer y el gesto de rebeldía de no tener que plegar ante ese puñado de principios tradicionales o habituales con los que acabamos por definirla.    


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